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El hombre de Las Cobaticas que ‘resucitó’

José Hernández Bernal, quien se marchó destinado a Cuba a hacer el servicio militar, tomó parte en 1898 en la ‘Batalla de Cavite’, una de las más sangrientas de la guerra que enfrentó a España contra Estados Unidos. Durante muchos años fue dado por muerto, hasta que quince años después, un día se escuchó: “¡Soy tu hermano Pepe!”.


Imágenes de aquel combate y de Alfonso ‘El Pistón’, hermano del protagonista de esta historia. Foto cortesía de Antonio Pérez Hernández



Hay que ver, ¡qué vueltas da la vida! Quién iba a decirle a Alfonso Hernández Bernal, conocido como ‘el Pistón’, que aquella tarde de comienzos del siglo XX iba a volver a escuchar la voz de su hermano Pepe.

Era una tarde tranquila, y el hombre se hallaba, como de costumbre, en su huertecita de Las Cobaticas, muy cerca de las aguas del mar, entre patatas y pimientos. Pepe había marchado hacía mucho a hacer el servicio militar a la isla de Cuba, más concretamente a la bahía de Cavite, donde le sorprendió el estallido de la guerra contra Estados Unidos en el año 1898. En ese mismo lugar se iba a librar una de las batallas más sangrientas del conflicto, que se desarrolló de la siguiente manera, con el mar como protagonista.

Dentro de la bahía, nueve indefensos y antiguos navíos españoles planeaban escapar de la poderosa flota norteamericana, cuyos potentes y modernos buques los esperaban fuera. Poco a poco, fueron saliendo los barcos de su escondite, bajo el continuo fuego de sus enemigos que, a la postre, acabaron devorando a la flota española, produciéndoles una humillante y previsible derrota que se cobró la vida de muchos hombres como, tal vez, Pepe, nuestro José Hernández Bernal, que ya nunca sabremos si se encontraba a bordo de uno de esos navíos, o si observaba el combate desde una de las posiciones en tierra, que tampoco se salvaban de los proyectiles.

La familia nunca supo nada del muchacho durante la guerra. Esperaban ansiadamente recibir noticias, pero pasaron los meses y los años, y lo acabaron dando por muerto.

Hasta ese día en que Alfonso comenzó a oír voces. Una especie de gritos que no sabía muy bien de dónde venían, y cuya voz le resultaba muy familiar. No había nadie por los alrededores, pero algo no paraba de repetir su voz: “¡Alfonso!, ¡Alfonso!”. El pobre hombre comenzó a pensar que se estaba volviendo loco, hasta que esas voces formularon una frase que lo dejó patidifuso: “¡Soy tu hermano Pepe, aquel que se fue a Cuba a hacer la mili!”. Miró entonces el anonadado trabajador de la tierra a lo alto de una colina cercana, y advirtió la figura de su hermano. Casi sin entender nada, dejó lo que estaba haciendo y corrió a su encuentro.

Ambos hermanos se abrazaron por primera vez en muchos años, y Pepe le explicó lo sucedido: “Estuve herido en el hospital, y cuando me he repuesto, me han traído en cuanto han podido”. Ese día la familia celebró el reencuentro -que bien podría llamarse ‘resurrección’- del que ya no era un muchacho, sino un veterano y quizá un héroe de guerra.
De vuelta en casa, Pepe ya se había licenciado, y marchó a Barcelona en busca de una vida mejor, donde se instaló y con el tiempo, falleció.

Se trata de una historia que conozco gracias a la transmisión oral de mi familia, pues Alfonso ‘el Pistón’ no es otro que mi tatarabuelo. Y gracias a la prodigiosa memoria de mi tío abuelo Antonio Pérez, hoy tengo la posibilidad de darles a ustedes a conocer un relato de un antiguo vecino de la zona del litoral oriental de la Cartagena desconocida.

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